22 ene 2009

Felices 94 años

El doctor esperaba ansioso en su consultorio, la noche anterior no pudo dormir y prefirió llegar temprano al hospital, de hecho antes que su secretaria. Miraba fijamente el minutero de su reloj de pared. Por fin escuchó ruido en la sala de espera y rápidamente se levantó y abrió levemente la puerta para echar un vistazo pero tan solo era la secretaria y ella sabía como le molestaba que irrumpieran cuando esta encerrado. Cerró y regresó a su sitio. Casi 15 minutos después escuchó esa extraña voz; ronca y airosa. Por fin había llegado, el comunicador sonó mientras el doctor ya tenía el dedo en el botón.

—Déjelo pasar —presionó el doctor.
—En seguida doctor.

La puerta comenzó a abrirse mientras los latidos del corazón del doctor se aceleraban. Ahí estaba él, el señor Arthur Weffer.

—Señor Weffer, bienvenido, es un placer —dijo el doctor de pié mientras señalaba un sillón—, por favor tome asiento. ¿Puedo ofrecerle algo?

El señor Weffer negó con la cabeza mientras se sentaba. Arthur, oriundo de Irlanda postró su cruda y fría mirada sobre el escritorio del doctor, vio el nombre Doctor Uchimaro Komura.

—Señor Weffer, tengo entendido que este problema le ha durado años, ¿no es así?
Weffer asintió con la cabeza.
—Bien, los análisis que me mandó hace unos días muestra que tiene una disfunción visceral extrema, de hecho es un caso muy impresionante el verlo caminar sin tanta dificultad. Nunca se ha presentado un caso como el suyo, lo más recomendable será hacerle una biopsia para investigar las posibles causas. De ser así necesito que firme unas hojas que tengo en este cajón —mientras abría el cajón del escritorio, el señor Weffer azotó intempestiva y violentamente la mano contra el escritorio. El doctor Komura se sobresaltó fuertemente. Un desagradable olor comenzó a inundar la habitación. El doctor con un gesto de desagrado pero serio se levantó y abrió una de sus ventanas que daba al fabuloso Lago Okutama para refrescar el consultorio.

—Señor Weffer, seré sincero. De seguir así no creo que viva mucho tiempo.
Una forzada aspiración resonó por todos lados.
—¿Me recuerda? —dijo Weffer con voz airada, ronca y temblorosa.
—Sí, es Arthur Weffer. ¿Se encuentra bien?
—27 de marzo de 1924, tan sólo tenía 9 años de edad, estaba de viaje con mi padre en Tokio y ustedes nos arrollaron con su auto.
—Pero en ese entonces yo ni siquiera había nacido —infirió Komura.
—Ese no es mi problema, pero gracias a ustedes mi padre falleció y yo quedé en coma por años.

El Doctor Komura trató de acercarse a la puerta pero algo le impidió dar más de un paso.

—No trate de escapar —rugió Weffer—, no logrará moverse de ahí.
—Podemos remediar la situación Weffer —dijo el Doctor mientras su cabeza mostraban imágenes grotescas de mutilación y sufrimiento.
—La remediaré.

Weffer comenzó a murmurar cánticos mientras su cabeza parecía palpitar. Sus desagradables manos, viejas y moreteadas comenzaron a frotar sus dedos unos contra otros. El Doctor Komura trató de gritar pero no podía hacer nada, estaba paralizado y las imágenes seguían perturbando su alma.

La piel del Doctor comenzó a enrojecer, su pelo se caía. Las uñas de sus manos se doblaban hacia afuera, la cara parecía ser de sufrimiento puro, cuando logró abrir los ojos deseó cerrarlos para no abrirlos nunca más pero lo había hecho y ahora tenía que tragarse la imagen que veía.

Era él frente a un espejo, podía observar como su cráneo se asomaba por su boca que estaba fuera de lugar, parecía que jalaban fuertemente la piel de su cabeza para arrancarla. A su lado había alguien, no podía enfocar bien pero no era el señor Weffer, era una criatura que se movía de forma alterada. Los movimientos que hacía pasaban microsegundos antes en un "déjà vu" por su mente, parecían ser movimientos premeditados por el Doctor. Sabía que esta cosa le restregaría una clase de estómago en el hombro, era suyo. De alguna manera desmembró, mutiló y destripó al doctor sin matarlo. El Doctor estaba vivo, consciente en el suelo de toda la habitación. Su pié izquierdo y una de sus orejas quedaron cerca de la ventana que con palpitantes venas y arterias se conectaban entre todos los demás pedazos del Doctor Komura. No había sangre regada, solo órganos que funcionaban, palpitaban y convulsionaban. La piel del doctor era una fina fibra que se obstruía por tendones y músculos desgarrados, un par de membranas se agitaban bruscamente, parecían ser sus cuerdas vocales pero nada sonaba de ellas. Los ojos podían verse a extremos de la habitación, cuales pupilas se dilataban ofuscados. El cerebro estaba sobre el escritorio, sobre una mucosa gelatinosa. La columna colgaba de un perchero dejando caer de manera aleatoria a su rededor costillas con y sin carne. Una lengua se retorcía junto a unas falanges y a un pulmón que se inflaba y desinflaba bruscamente.

Después de 7 horas la secretaria decidió entrar después de insistir en el comunicador y en la puerta para permitir su entrada. Cuando entró y vio la escena corrió despavorida con gritos y llantos. Segundos después se desmayó. Nadie supo que sucedió en ese consultorio, solo encontraron una tarjeta que databa de 1926 y que estaba sellado por la Biblioteca Central de Arkham, era válido por una copia del Necronomicón. Nunca más encontraron a Arthur Weffer ni dataron su existencia tres años después del accidente en 1927.

3 comentarios:

Manuel Menéndez dijo...

Buenas imagenes, ta chido abuelo. Cuando se deja ver?

Chateau Demex dijo...

pues que tal si nos bebemos un café el domingo por la mañana? antes de mi ensayo.

Manuel Menéndez dijo...

Me parece perfecto... o a ver si nos vemos pa' desayunar, aunque sean unos tacos y luego cafecillo.